Hay muchas diferencias entre un equipo y un combinado de nombres rutilantes, entre la creación de un estilo y el alquiler oportunista, entre la formación de las propias futuras estrellas y la compra compulsiva. Todo eso que hace que exista una diferencia entre el enorme pasivo que aun acarrean ambas instituciones. Unos ya denunciaron a su ex presidente sospechado, los otros profundizaron el modelo y corrieron urgentes en busca del hombre de la billetera grande: Florentino Pérez.
De aquel Dream Team de Johan Cruyff a este modelo 2010 de Pep Guardiola han pasado 18 años y, aunque los conceptos continúan siendo los mismos, el Barça le ha agregado la sustancia de la formación y la autenticidad de un concepto desarrollado. La Masía le ha dado los mejores exponentes desde que empezó a funcionar en 1979 y ha cambiado a aquellos legendarios Stoichkov, Laudrup, Bakero, Guardiola, Ferrer, Koeman y Romario, por los autóctonos Xavi, Iniesta, Pedro, Busquets, Piqué, Puyol, Valdes, Bojan y ese canterano extranjero llamado Lionel Messi.
El Barça desarrolla conceptos que nadie más se atreve siquiera a mencionar. Tal vez el joven Arsenal de Wenger aun siga intentando eso que el temor y la mediocridad no permiten. El arma más eficaz contra el peligro es la posesión del balón, la forma más contundente de mantener esa posesión es el toque. Ambas palabras, Posesión y Toque (así, con mayúsculas), fueron abolidas por el fútbol moderno. Barcelona las vino a rescatar. Si la tenemos nosotros es imposible que alguien nos pueda hacer un gol, dice una verdad de perogrullo que nadie se anima a desandar. El toque desmorona la moral rival, al tiempo que aniquila su voluntad mientras crea los espacios necesarios para vencer su estrategia defensiva. Es algo tan evidente que asombra, tan cierto que embronca su desestimación.
¿Cuánto tiempo más se seguirá justificando la pobreza estética y la mezquindad intelectual con que el medio ha convertido a este juego en un deporte insoportablemente aburrido? ¿Cómo es que sigue subsistiendo este esqueleto putrefacto que deambula domingo a domingo por nuestros televisores? ¿Desde cuándo empezamos a contentarnos con tan poco y a fanatizarnos incomprensiblemente con tan poca cosa a cambio?
El medio actual exclama por trabajo defensivo, se extasía ante jugadas a partir de un tiro de esquina o un tiro libre. Si un equipo conserva su estructura defensiva desde sus delanteros hasta su arquero se lo denomina como un “equipo equilibrado”, por más que jamás toque el área rival. Gozan ante el despliegue de un volante exquisito y virtuoso transformado en otro vulgar ladrillo en la pared defensiva.
Pero allí viene el Barcelona a denunciar y dejar en evidencia a los culpables sin siquiera nombrarlos. Los deja atónitos, tragando sus palabras, sentados prolijamente a orillas del campo de juego. Este catalanísimo Barcelona una vez más tomó revancha de esas hordas blancas que llegan desde la capital confundiendo gordura con hinchazón; sin saber que para Catalunya, el F. C. Barcelona es mucho más que un club. Es una forma de resistencia de una cultura, de un pueblo, de un idioma, de una independencia postergada. Admiro al Barcelona por todo eso y, también, por ser el mejor equipo que he visto jugar en mi vida. Superando, incluso, a aquel molde original creado por Johan Cruyff en donde un muchachito de 21 años con el número 4 en la espalda hacia las veces de Xavi o de Busquets. El mismo Guardiola que desde uno de los bancos del Camp Nou, hoy explica como nadie ese viejo adagio catalán que dice que el Barça es mes que un club.