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Blog de Roberto Toro
11 de Noviembre, 2010 · General

Diferentes Maneras

(A mi viejo)

Cuando uno gana jugando bien, generando alegría y creando ilusiones, gana el doble

Angel Cappa

 

          El 22 de marzo de 2009, Matías DeFederico  inició una gambeta que iba a terminar de darle el tiro de gracia a un Lanús desconocido que alternaba entre copa y campeonato. Pegado a la línea, cerca de los bancos del palacio Ducó, vestido de blanco como el gran René Housseman. La última gran barricada de un fútbol que parecía olvidado  e injustamente ridiculizado, comenzaba a demostrar las grietas por donde la esperanza acecha y que sólo el gran poder establecido pudo arrebatar.

Los dueños del poder, amos del negocio del temor, jamás hubieran podido aceptar la alteración del orden al estado del miedo que desataba aquel criollo, lleno de pampa y Río de la Plata.

La táctica se ha devorado el juego, el ingenio se ha transformado en avaricia, la solidaridad en corporación. Términos nuevos e ingeniosos han adornado un juego insoportablemente aburrido y chato, repleto de anulación y temores. Carrileros, mediapuntas, enganches, extremos, doble cinco… mucho orden, pocas nueces.

No me gusta el fútbol. Debo decir que ya no me gusta. Que, como un adicto harto de consumir aquello que lo aniquila, me siento a ver fútbol o voy a la cancha con el único móvil de evitar la abstinencia. Tal vez una vieja brasa que se resiste a morir atisba por lo bajo removiendo asuntos del pasado, chantajes sentimentales, emociones que soportan como pueden el embate del tiempo. Aunque, en lo que representa al juego, ya no me emociona ni un poquito. Pero, por sobre todas las cosas, amo el fútbol. Sólo quien haya sufrido una mañana entera en la escuela esperando la llegada de la tarde para picar a toda furia hacia la canchita más cercana; o la insoportable distancia entre domingo y domingo a la espera de un nuevo partido. Quien no haya podido dormir la noche antes de un partido trascendental, aunque sea en el barrio. Sólo esos podrán entender la dualidad y la contradicción que habita en mi espíritu.

Eduardo Galeano dice en Ojos Rojos (interesantísimo documental sobre el proceso de la selección chilena hacia Sudáfrica 2010): “El fútbol es una fiesta de los ojos que lo miran, de las piernas que lo juegan. Y también es un cochino negocio” El fútbol, como la sociedad toda, responde sólo al estímulo del negocio. Allí donde el dinero anuncia su presencia, sobra razón para incentivar canallescamente la pasión que sustenta y es condición de posibilidad para un negocio que deja cada vez menos lugar a la esperanza y la rebeldía, que es hermana menor de la libertad.

Pero, como a los grandes tecnócratas de gran escala, los circunstanciales dueños de este circo en el que se ha convertido el fútbol, no pueden ni les interesa ver que no habrá bloque ni reja que alcance para elevar la medianera que los separe de la decadente estirpe humana que ellos mismos han creado; que serán fagocitados por el mismo engendro que han dado a luz. No han comprendido cuanto más redituable sería el fútbol si fuese bello y estético, cuantas más emociones conquistaría si fuera capaz de atraer en lugar de repeler, si esperanzara en lugar de descorazonar, si aun lograra ofrecer una solución estética ante el desastre del mundo (así como el arte) y el progreso.

 El gran negocio de medios, organismos y representantes, porcentajes y componendas, ha opacado el real sentido de este juego. La necesidad es madre del temor, el temor excusa para la postergación estética en beneficio de un resultado que, finalmente, nunca llega. Espectáculos cada vez menos atractivos, negocios descarados, clubes que no pueden retener sus baluartes inmersos en una crisis que encuentra responsables en todos los ámbitos.

Allí estaba cuando Javier Pastore cruzó el derechazo que dejó sin chance a Bossio y selló la victoria o el comienzo real de una nueva esperanza, de una última barricada. Allí estaba con los ojos nublados, en la vieja tribuna de la calle Luna, en una cancha que ni siquiera me pertenecía pero que ya me había adoptado para siempre, su barrio y su gente.

A mi lado, un muchacho ensimismado aplaudía entre un grito furioso y entrecortado por la emoción: “¡Toque, Huracán, toque!” Aquella tarde de Parque Patricios que, como la República Española, fue el último remanso del ser humano, un último atisbo de libertad.

            Javier "huesito" Pastore, uno de los últimos reivindicadores de la condición de crack.

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publicado por robertotoro a las 20:55 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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