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Blog de Roberto Toro
09 de Diciembre, 2010 · General

El Rey de Copas y el orgullo perdido


 

“Usted estaba y los detuvo. Los detuvo y los hizo volver. Los hizo volver y les dijo: ¡Jueguen!”

Eduardo Sacheri, Señor Pastoriza.

 

El comentarista oficial grita un eufórico “Rey de Copas” y comienza a enunciar un pasado irreprochable que emociona a cualquier futbolero mayor de cinco lustros. En sus palabras sólo hay lugar para rememorar los resultados, más bien el éxito. No hay espacio en su discurso para toda una forma de sentir y proponer el fútbol que identificó a Independiente durante tanto tiempo y que hoy retumba por su ausencia.

Existe una generación o dos de hinchas de Independiente que jamás vieron jugar bien al rojo. Que consideran al equipo campeón con Gallego, como su máxima referencia futbolística y catapultaron al sacrificado Lucas Pusineri hasta la condición de ídolo luego de aquel recordado gol a Boca. Muy poco mérito para semejante halago. Niños que ni siquiera pudieron ser espectadores conscientes del Independiente campeón del ´94 de Clausura, Supercopa y Recopa Sudamericana. Aquel equipo de Gustavo López, Garnero, Burruchaga, Usuriaga, Cagna y esa especie de Ramón Díaz de los noventa, llamada Sebastián Rambert. Tampoco deben recordar al limitado y sufrido campeón de la Supercopa `95 dirigido por el “Zurdo” López, con final ganada en el mismísimo Maracaná ante el Flamengo de Romario, incluida. Este medio del éxito ya habrá borrado los cassettes de aquel maravilloso Independiente del Flaco Menotti versión ´96 y ese recordado 0-6 a Colón en el Cementerio de los Elefantes.

Pero la otra noche, en el Libertadores de América, también había otras generaciones padeciendo codo a codo con los más nuevos y sufridos. Esos que no se conforman con tan poco, que no se dejaron vencer por el discurso imperante y saben que este éxito no es ni la más mínima medida para un club que no sólo ganaba sino que, también, necesitaba alcanzar una satisfacción estética para sentir el goce completo luego de una victoria. Esos que padecen doble por nerviosismo y pobreza estética.

Eso se siente, se ve en las caras. Los más chicos sufren, se agarran la cabeza, sienten que ahí hay algo trascendente en su vida que corre en desventaja ante los vejetes que miran algo más tranquilos, con la emoción de los colores en juego, pero sin la valía de antaño. Independiente es un club que entró en desuso, empujado a olvidar las pulsiones que lo distinguían del resto y que compró el legado de la mediocridad a cambio de un éxito que nunca más volvió. Se aseguró ansioso los espejitos de colores a cambio del oro de su historia.

El juego transcurrió en un torbellino inicial que bajaba desde las tribunas. Esas mismas que hasta iniciado el segundo tiempo, pelaban la chapa de saber de qué se trataba toda esta historieta de finales internacionales, de cargar en el lomo con una tradición que, en los primeros minutos, parecía vencer al engaño con que el rojo de Avellaneda decidió bastardear sus vitrinas de un tiempo a esta parte. El público añejo necesitaba rememorar las viejas epopeyas. Los nuevos, saber cómo es eso de sentir todo aquello que los mayores cuentan con el pecho inflado y suena a mito coloreado.

El primer tiempo maquilla la realidad. Parra rememora a Percudani y, de lejos, parece correr con la misma pasión con que mandinga dejó atrás a la defensa del Liverpool aquella tarde fría de Tokio. Patito Rodríguez no va tan atrás y se conforma con recorrer los arrabales de un crack como Gustavo López. Battion, de Marangoni, ni noticias. Hilario Navarro fue todo lo más cercano a Pepe Santoro que sus posibilidades le habilitan. Bertoni y Bochini, estarían nerviosos en la tribuna. Nunca nadie podrá sustituirlos. El modesto Goias no supo resolver sus propios acertijos. Se enredo con el ovillo de un rival que, desde los veinte minutos del complemento, no podía más con su alma. Independiente tiró todo el resto en el primer tiempo. Agotó sus ideas en esa ráfaga letal de voluntad y fortuna, aunque la suerte lo acompañaría hasta el final. La visita desperdició no sólo oportunidades de marcar y quedarse con la final, sino que perdonó el deambular agotado y sin ideas de su rival. Independiente terminó pidiendo la hora. Como en aquella noche de Río de Janeiro, sufrió por demás. Allí Mazzoni y Domizzi habían adelantado a los rojos en casa, Romario había marcado para poner a tiro del alargue al Mengao.

Ambas historias (Sudamericana 2010 y Supercopa 1995) tienen ribetes de hazaña, aunque distantes de aquellas epopeyas ocurridas desde los ´60 hasta fines de los ´80. Estas encuentran el camino al éxito rodeadas de un marco de incredulidad: Independiente no es ni por asomo uno de los mejores equipos de América. Aquellas incluyen finales ganadas en Roma ante la Juventus de Dino Zoff, finales de Libertadores ante el Peñarol de Mazurkiewicz, el gran pepe Sasía, Pablo Forlán (padre de Diego), dirigidos por Roque Máspoli. La gloria real de Independiente incluye la verdadera hazaña en Córdoba ante el Talleres apadrinado por el sádico Eduardo Benjamín Menéndez. El rojo con ocho hombres y con el equipo retirándose del campo de juego ante la injusticia y la impotencia, la orden del Pato Pastoriza: “¡Vayan y jueguen!” Ese mismo Pastoriza que le dio una alegría doble al hincha del rojo el 22 de diciembre de 1983 al salir campeón y mandar al descenso a su clásico rival al mismo tiempo.

Y, sí. Hoy vendrán aquellos que griten oportunamente que Independiente ha recuperado su memoria, que ha vuelto a ser el Campeón de antaño, que el espíritu de aquellos equipazos heroicos de Pastoriza o Ferreiro anduvo la otra noche por Avellaneda. Mentira. Independiente jamás perderá su condición de Rey de Copas, que lucirá orgulloso por el resto de la historia; pero ha regalado su logro mayor: su identidad forjada al amparo de los Erico, los Santoro, los Bochini, Bertoni, Burruchaga y López. Ese club que aun guarda entre sus viejos papeles ajados, una canción que denuncia su pasado. “Será siempre Independiente, el orgullo nacional” Algo que ahora suena a demasiado, pero que hasta hace no mucho más de veinte años, era una frase para nada descabellada.

Atrás quedaban los años de exclusividad contractual que el relator oficial mantuvo con Boca Juniors durante los primeros años de la primera década de este milenio. Esa misma persona que hasta hace no mucho tiempo atrás, gritaba amparado en el exitismo xeneise: “Boca: El nuevo Rey de Copas”, hoy se camufla de rojo y habla invocando la vieja gloria sin mencionar nunca la razón estética de aquella mística. Hoy le toca comparar impúdicamente esto con aquello, el éxito con la gloria, la franela con la gamuza.

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publicado por robertotoro a las 23:04 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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