En la mediocre monotonía por la que deambula el Fútbol Argentino, existen algunas excepciones que logran seducir repetidas veces con su estilo o algunas pocas bondades con las que enuncian su juego.
El Godoy Cruz del Turco Asad es el primero que se nos viene a la mente. Tal vez el más exitoso y el más pretencioso del tridente que mencionaré, ha establecido una línea o una conducta de juego que no ha variado a pesar de algún traspié que lo ha imposibilitado de pelear el título. Sin grandes nombres, Asad ha logrado obtener los mejores rendimientos profesionales de hombres como Ramírez, Olmedo, Rojas, Sánchez o Villar. Ante la caída en el rendimiento del goleador Salinas, recuperó al interminable Cesar Carranza y lo hizo formar dupla de ataque con Jairo Castillo. Justifica como pocos el uso de extremos y hace de su elección por la línea de tres centrales en el fondo una opción para el ataque y la presión rival, más que una excusa para formar una maquillada defensa de cinco hombres.
La dirigencia del Tomba decidió darle una nueva oportunidad a un técnico joven con escasa o nula experiencia en Primera División (antes había sido Cocca) y siempre mantuvo como objetivo la suma de puntos para la tabla general y la clasificación a la Copa Libertadores. La apuesta dirigencial y futbolística, le dará al club mendocino el orgullo de ser la primera institución de la provincia en disputar ese torneo internacional.
Argentinos Juniors es otro de los que mantiene ciertos rasgos estéticos que generan algún alivio en el espectador. Como Locche, no tiene necesidad de entrar en el golpe por golpe para lograr defenderse. Logra controlar el sopor de los primeros minutos rivales para luego establecer, a partir de su dupla de mediocampistas centrales, los destinos del encuentro. Ha logrado sobreponerse a la adversidad de las primeras fechas sin abusar del pelotazo de sus defensores, ni apostar sus chances al ataque a partir de una segunda jugada. El equipo de Troglio entendió que sus posibilidades crecen cuando la pelota pasa por el mediocampo. Sus centrales rara vez despejan por método u ortodoxia y siempre buscan esa luz que emana del temperamento de su capitán Néstor Ortigoza y desde allí hacia ese diminuto faro: el intrépido Franco Niell.
Aquí voy a mencionar los momentos de mayor éxtasis que me pudo dar este campeonato. Un equipo más, tal vez del montón, cuyo potencial explota en los segundos tiempos cuando la presión y la ansiedad de su gente inundan el cilindro de Avellaneda. En esos momentos, Russo ha entendido que es un actor de reparto, secundario en importancia. Reconoce el papel que esa instancia le reclama y libera a sus jugadores de las incómodas tretas del orden y la especulación. Ha realizado los cambios más osados del torneo, invocando desde el banco a la guapeza. Sus jugadores se desatan, entienden el mensaje. Olvidan por unos treinta o veinticinco minutos que existe un medio inquisidor que probablemente les caerá encima con sus montañas de papel, sus hordas de superchería hecha tinta. El tema es que tiene resto y que sus potros se han sentido en cautiverio los sesenta minutos anteriores. Toranzo dirige a espaldas de los delanteros. El pibe Fernández suelta el lastre que lo retiene inofensivo y va y gana siempre, Hauche muta de Mr. Hyde a Dr. Jekyll. Tal vez Bieler no sepa manejarse en ese torbellino, en ese banquete dionisíaco en que se transforma la academia allá por el promedio de los segundos tiempos y estorbe más de lo que logra definir quedando sólo ante el arquero. Lugüercio trae consigo el mensaje de las tribunas e ingresa para mostrarle a sus compañeros el camino de la euforia y las ganas. Allí aparece Él. El niño que llego desde Colombia como una banal muestra de la técnica estéril y ha bancado esa camiseta legendaria que han vestido ilustres como Miguel Angel Colombatti o el gran Ruben (así “Ruben”, sin acento, a la uruguaya) Paz. Giovanni Moreno ha hecho un master en guapeza y aun sigue incomprendido. Parece cansino, a veces escuálido, hasta que de pronto cambia de ritmo y empieza su slalom de muñecos torpes con la pelota pegadita al botín. A veces se excede, es verdad, pero si este muchachito hubiera aparecido en los años cincuenta o sesenta, hoy ocuparía un lugar en la memoria junto a esos grandes héroes académicos que encabeza el legendario Orestes Omar Corbatta.
Mi vieja, académica de antaño, me cuenta con orgullo haber visto al Equipo de José una tarde de San Martín frente a mi querido Chacarita Juniors. De chico, me divertía escuchando el vinilo que relataba la historia de un equipo Campeón del Mundo. Llenos de cánticos caducos e inocentes, el relato se coronaba repitiendo de memoria: Cejas; Martín, Perfumo, Chabay y Basile; Cardoso, Rulli y Cárdenas; Rodríguez, Maschio y Raffo.
Este de Russo está a centurias de aquel de Pizzuti. Pero, amigo que guste de la emoción que genera el fútbol en el corazón de un rioplatense, ubique a qué hora juega Racing en el Cilindro, espere unos sesenta minutos y siéntese a disfrutar de algo que ha quedado relegado por tanta patraña y mezquindad.
